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Soyatitán, Chiapas

“GRACIAS POR PERMITIRNOS SEGUIRTE”

“Hay momentos en la vida trascendencia importantísima, y es cuando Dios nos enseña un camino a seguir y luego deja a nuestra voluntad la correspondencia”

M. Margarita López Maturana

Medio dormidas aún por culpa de la emoción transformada en insomnio, llegamos al aeropuerto de Guadalajara, nos despedimos de los papás y la hermana Licha que, quiso acompañarnos para vernos de nuevo hasta mayo. Con un aterrizaje bastante peculiar, Chiapas nos recibió con los brazos abiertos y un calor intenso. Don Miguel nos ayudó con un letrero con nuestros nombres a encontrarlo, dos horas después, ya estábamos en Soyatitán. La hermana Rosa nos recibió con los brazos abiertos, la hermana Ana con la comida y la hermana Abdontxu aún no llegaba. Subimos a nuestro cuarto por los próximos cuatro meses y medio.

Las primeras dos semanas las hermanas MMB nos acompañaron a conocer Chiapas, las comunidades y tuvimos la suerte de participar en la marcha por Tatik Samuel que coincidió con el aniversario 25 de CODIMUJ (agrupación de mujeres en Chiapas).

Y por fin, se nos hizo ir por primera vez solas a la colonia que nos abrió las puertas y donde dejaríamos el corazón, Francisco Hernández Hernández. Nos permitieron ser parte de seis familias, que se arriesgaron a recibir a ojos cerrados a lo que sería un par de tapatías con complejo frustrado de cantantes, bailarinas y que no se callan más de dos minutos a menos que se duerman. Tortear nuestro talento, definitivamente no fue, pero siempre una plática o una risa de esto salía. Con las niñas y los niños, hasta de cubetazos nos llevábamos, pero que no nos sacaran una chispita (cuete) porque hasta el otro lado de la cuadra brincábamos. Con las y los jóvenes la amistad más pura y real hicimos, el tiempo no era un problema, siempre lográbamos extenderlo hasta muy tarde, estando en el domo jugando si era necesario. Aunque poco fuimos al rio, nuestros complejos de sirenas con ellas/os nos salían, luego nos seguían también.

Las mujeres en Hernández, todo un ejemplo de valentía y coraje, día a día dividen su corazón, así como su estómago, para compartirlo con su familia. Las pláticas y consejos con ellas nunca nos faltaron y uno que otro chisme nos hacía perder la noción del tiempo. Los hombres, todos los días salen a trabajar, ya sea en la caña o en los apiarios con las abejas, pero siempre volvían a la hora de comida con una sonrisa que a todos nos daba energía. Siempre pendientes de su mujer y familia, lavar trastes, hacer tareas con las/os niñas/os, todo lo podían hacer también ellos, tanta paternidad se veía que hasta nosotras la sentíamos. Y como la gente buena se desborda, hasta Santa Rufina, la comunidad vecina, llegamos con la meta de enseñar a leer y a escribir.

Nuestros jueves consistían en caminar alrededor de cuarenta minutos para poder llegar, y de regreso, la misma historia, al menos que nos topáramos con algún coche, desde los que vendían bateas hasta cañeros, lo que sea que nos pudiera ahorrar unos pasos. La escuela perfecta, las y los niños atentos haciendo su trabajo sentadas/os en piedras y con un árbol que nos compartía su sombra, que más podíamos pedir. Día a día, aprendían más rápido de lo que pudiéramos esperar, les enseñamos a sumar y restar, pero algo que nunca nos enseñaron a nosotras fue a despedirnos de ellas y ellos.

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En menos de lo que pudimos pensar, nuestro corazón echó raíces y nos encontramos con sentimientos tan puros y profundos con cada persona de estas colonias que la despedida siempre se aparecía en nuestras pesadillas. Si una comunidad te roba el corazón, a nosotras nos los robaron dos veces ¡imagínense!

Despedirnos fue la mezcla de sentimientos más intensa que hemos experimentado. Nuestra raíz es tan profunda y gruesa, que una parte de nosotras sabe que vamos a volver, pero la duda siempre aparece. Aquí aprendimos tantas cosas, como que extrañar no significa no querer estar, más bien es saber valorar lo que dejas atrás y que no tienes que conocer a alguien desde siempre para poder sentirte como de su familia.

Ahora es el tiempo de poner en práctica lo que las personas nos enseñaron, estas personas que estamos dejando aquí en Chiapas. No hay palabras suficientes para agradecer todo lo que vivimos aquí, no sólo las risas ni las recetas, sino los lazos que formamos y que sabemos que serán de por vida.

Gracias Chiapas por tus paisajes y tu calor, pues, aunque nos tostaste los pies, nos devolviste un poco de color que lo llevamos en la piel y en el corazón; gracias por tu comida, pues, aunque nos cobrarán peso extra, y no por el equipaje, nos diste la mejor energía para vivir el día a día. Y lo más importante y por lo que te enorgulleces, gracias Chiapas por tu gente, porque nos adoptaste y nos hiciste hermanas de todas y todos, por tu gente humilde, amable, sencilla y sonriente, por enseñarnos que la gente buena todavía existe y gracias por ser el lugar que ahora consideramos segundo hogar.

Gracias Dios, por permitirnos venir aquí a seguirte, gracias por habernos hecho coincidir en estos instantes de la vida con gente tan maravillosa que nos dio energía y motivación para seguir. Esto no es un adiós, es un hasta luego, no te libras tan fácil de nosotras.

Paulina Romero de la Torre
Ana Isabel Rodríguez González
Voluntarias

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