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Casa de Formación, Guatemala

“MIS MAESTRAS DE VIDA:

ADOLESCENTES”

Desde febrero de este año inicié un apostolado en el que nunca imaginé todo lo que me esperaba. Ya la realidad me asustaba un poco: “trata de personas”. No conocía mucho del tema y reconozco que hoy aún me falta información, pero dije: sí.

El primer día que llegué, entré con temor. Jamás olvidaré la primera vez que las vi. Estaban sentadas aproximadamente veinte adolescentes. Mis sentidos se agudizaron para intentar conocerlas y esconder mi asombro. Se fueron presentando, fueron diciendo sus edades y algunas, a pesar de la edad, presentaron también a sus bebés.

Kimberly, Rosita, Melisa, Lupita, Estefany… de Guatemala, Honduras, México… todas con infancias arrebatadas y con historias de vida de las que la humanidad entera se debiera de avergonzar. Mi apoyo era en el área espiritual, así que llegaba con ellas a platicar, a escucharlas, a darles talleres y a coincidir en el tiempo por un momento. Lo más difícil: escucharlas sin que quisiera llorar. Lo que más me sorprendió: su fe.

No voy a entrar en detalles de las realidades que vivieron, pero sí quiero compartir mi sorpresa al ver la diferencia de sus infancias con la mía; no entiendo cómo pudimos tener vidas tan diferentes, y en el ¡mismo mundo! ¿Acaso yo me la merecía y ellas no? Mientras que jugué con mis barbies y jamás me preocupé de mi comida o por mi seguridad personal, ellas hasta que llegaron al albergue experimentaron lo que era jugar, reír, comer bien y que las trataran dignamente. No es justo.

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Esta experiencia fue y sigue siendo un reto. El tiempo con ellas se ha terminado, pero soy consciente de la huella que dejaron en mi corazón, me percibo distinta y sus caras e historias no se me olvidan. Me han enseñado demasiado y espero honrar su testimonio con mi vida. Son mis maestras, porque nadie jamás me había demostrado tanta fortaleza, tanta esperanza, tanta confianza en Dios, tanta inocencia a pesar de los atropellos que vivieron, tanta dulzura en su risa, tanta sed de justicia pero sin venganza. Tanta bondad.

Tienen 11 años, otras 14 o 17… y me acompañan en cada lágrima al descubrir hasta qué punto puede llegar la avaricia humana, hasta qué punto puede llegar nuestra ceguera de corazón frente a nuestra hermana o nuestro hermano, hasta qué punto somos capaces de deshumanizarnos tanto. Por ellas y por tantas y tantos más, no dejemos de pedir fortaleza para que el día de mañana sean personas que hayan podido transformar sus historias en semillas de bondad para el mundo. Por ellas y por ellos no nos demos el permiso de no dar lo mejor de nosotras y nosotros en donde quiera que estemos y no perdamos la oportunidad de tomarnos enserio lo que leemos en Génesis 4, 8: “¿Dónde está tu hermana, dónde está tu hermano? Caín dijo: No sé”. Ojalá que siempre sepamos responder dónde están nuestras hermanas y nuestros hermanos pero sobre todo… cómo están. Y actuar.


Gloria Sofía Martínez, Postulante MMB