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Colomba, Guatemala

“PARTEAGUAS”

Parteaguas… Podría ser así, como definiría en pocas palabras la tapisca.

La semana del 16 al 23 de octubre fue nuestra primera experiencia en los cafetales y con las comunidades del campo.

A mí me tocó irme a Santa Eulalia en el Chuvá, un lugar en medio del monte a casi tres horas de Colomba donde lo único más bonito que sus paisajes, es su gente.

La tapisca siempre fue una de las cosas que más me entusiasmaba de venir, no cualquiera tiene la oportunidad de desprenderse así de su rutina para vivir una semana llena de aprendizajes y vivencias especiales.

Desde que vi a Don Pedrito llegar por mí y después, juntos cruzamos el mercado de Colomba con todas nuestras cosas, supe que después de esta experiencia ya nada iba a ser igual. Desde el camino es imposible no ir asombrada simplemente, porque viajar en la “chuvasteca” que es el trasporte para ir al Chuvá, ya es toda una aventura y, además la carretera son algo que no tiene comparación.

Allá el día comienza muy temprano donde lo primero que toca hacer es ir al molino para hacer la masa de las tortillas y preparar el desayuno. El primer día desgranamos maíz y fuimos a visitar a algunos enfermos de la comunidad.

El segundo día, fuimos a tapiscar… fue una de las experiencias más reveladoras e increíbles de mi vida. Desde el caminar una hora y poquito más para llegar al terreno que está en la cima del monte, desayunar entre las matas de café y después comenzar a cortarlo es una rutina llena de magia y de detallitos que vale la pena contemplar.

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El resto de la semana hicimos el proceso de preparación del café, desde separarlo, despulparlo, lavarlo y ponerlo a secar. Es un trabajo duro, pero con orgullo.

El jueves fuimos a una cascada y pudimos compartir un rato muy agradable con las y los patojos (jóvenes) y con la llamada “Tierra Sagrada”. Caminar por las veredas del Chuvá es descubrir tesoros naturales que crean una fascinación extrema por amar y agradecer la vida, un deseo intenso de querer volver y compartir la felicidad más auténtica.

Tuve la oportunidad más que nada que convivir y pasar tiempo con la familia en la vida de campo, su manera de vivir es algo que jamás había visto, ni siquiera imaginado. Estas personas viven con mucha serenidad y les brota una desinhibida nobleza natural.

Allá casi todas las personas se llaman entre sí hermanas o hermanos, lo cual, tiene un sentido sumamente profundo de pertenencia y de corresponsabilidad, respeto y solidaridad unas personas con otras. Se vive un estilo de vida tranquilo, sencillo y muy muy sincero.

Viven la fe de una manera admirable y muchísima devoción por un Dios vivo, que da vida como centro y horizonte vital. No cabe duda que a pesar de cualquier cosa no hay persona más dichosa que quien se siente bendecida.

Aprendí y desaprendí, entendí y desentendí muchas cosas y, definitivamente, esto ha hecho un eco sumamente profundo en mi corazón. Sentí, vi y viví cosas que jamás olvidaré, cositas que en la apariencia parecen pequeñas o insignificantes pero que realmente son lo más importante en la vida.

Espero ser capaz de guardar en mi corazón todo lo que ahí pasé, para que “No se me pase la vida sin hacer algo grande por Jesús” como lo vivió lo expresa la M. Margarita.

Margarita Ortiz Covarrubias
Voluntaria del Instituto de la Vera-Cruz

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